Revival

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STEPHEN KING, Revival

Leí mi primera novela de Stephen King a los 15 años, atraído por esa aura de historias que dan mucho miedo que tanto atraían a los adolescentes, y yo no era una excepción. La novela, El pasillo de la muerte, se publicaba por entregas y aún faltaban por publicarse las dos últimas, así que me lancé, atraído también en parte por esta curiosa forma de publicar un libro. No me entusiasmó. Por entonces estaba en boga la serie de televisión Expediente X, y la historia se me antojo uno más de los capítulos de la serie, aunque sin el interés que estos tenían. Pero tampoco me desagradó, así que cuando ese mismo año se publicaron, en una un tanto extraña jugada de marketing, dos libros que compartían argumento de dos supuestos diferentes autores, Desesperación, de Stephen King, y Posesión, de un tal Richard Bachman, decidí leer el primero. Ambos autores eran en realidad el mismo, y la cosa habría tenido sentido si se hubiera mantenido el secreto sobre su identidad, pero recuerdo que, mientras en el libro de Bachman se nos hablaba en la solapa de la afinidad de sus historias con las de Stephen King, en la solapa del de King se nos decía abiertamente que Richard Bachman era uno de sus pseudónimos. Ya entonces no entendía a qué venía el juego de los pseudónimos si nos los revelaban de esa manera.

El caso es que en esta ocasión el libro de King sí que me disgustó, y por lo tanto jamás leí el del supuesto Bachman. No sólo eso, sino que no volví a leer otra novela de Stephen King hasta más de diez años después, cuando un amigo me regaló el primer volumen de La torre oscura, en una edición con ilustraciones en color en el centro, que provocaba ir corriendo a la librería a comprar el resto de los tomos aunque sólo fuera para contemplar aquellas ilustraciones fantasiosas. Pero, a pesar de lo llamativo de la premisa de La torre oscura, tampoco este libro me entusiasmó demasiado, se me antojó un largo prólogo que nunca entraba en materia. Ahí terminó mi relación con la literatura del señor King, que nunca llegó a atraerme demasiado sobre el papel a pesar de las virtudes que acostumbro a ver en sus adaptaciones cinematográficas.

Hace no demasiado tiempo comenzó a emitirse en televisión una serie basada en una de sus últimas novelas: La cúpula. Y lo que ahí adivinaba me gustaba tanto que me entraron verdaderas ganas de leer la novela y retomar la escasa relación que había tenido con su literatura. Pero la relación no la he recuperado hasta que ha caído en mis manos la que creo que es la última novela publicada en español de Stephen King: Revival (no sé si Finders Keepers ha sido ya publicada en español o no).

Y por primera vez he disfrutado, y mucho, con una novela de Stephen King, hasta el punto de que ya tengo ganas de leer otra más. Hay algo que tiene en común con las anteriores que ya había leído, y que también puede observarse en las adaptaciones cinematográficas de otras de sus novelas: King no escribe historias de terror, escribe historias costumbristas con monstruo. Y es que tengo la sensación de que ese mundo fantástico o terrorífico que acaba siendo de lo que todos hablamos al final, es una mera excusa para mostrar cómo es la vida, las costumbres, las creencias, los miedos, las obsesiones, la sencillez, el carácter… de todos aquellos que viven en unos Estados Unidos alejados de las grandes ciudades, que es lo que estamos demasiado acostumbrados a ver en las películas de Hollywood.

Eso sucede en Revival, que es la historia de la vida de Jamie desde los seis hasta los setenta años, en la que tendrá gran importancia la figura del pastor de la iglesia a la que su familia acudía siendo él niño, y con el que volverá a encontrarse varias veces a lo largo de su vida, suponiendo cada una de esas veces un punto de inflexión. Las diferentes etapas de la vida de cualquier persona (de cualquier persona de clase media del interior de los Estados Unidos, quiero decir, aunque seguramente muchos se verán reflejados en más de una etapa) aparecen expuestas en la vida del protagonista. Una infancia marcada por los juegos con amigos y hermanos, la visión de los padres como esas dos personas que forman casi parte de la casa, o esas figuras de autoridad fuera del hogar que nos marcan cuando aún somos jóvenes, y que aquí es el pastor de la iglesia, aunque en España podamos estar más acostumbrados a que se trate de un profesor. Una adolescencia con el ansia de encajar en un grupo y las tentaciones de drogas blandas (como el tabaco y el alcohol) que eso conlleva y, cómo, no, el primer amor. Una juventud y primera vida adulta que muestra aquí dos vertientes: la del protagonista, alguien que no supo enderezar su camino y que aparece, quizá de forma exagerada, como un drogadicto, y la de su hermano, alguien que aceptó sus responsabilidades hasta convertirse en alguien con éxito, diferencia que se acentúa una vez llegados a la vida adulta propiamente dicha, en la que uno vive de lo que sabe hacer, mientras que el otro recoge los frutos de aquello para lo que se estuvo preparando.

Por otro lado está la vida del pastor, que pierde su fe y cada vez se va volviendo más cínico con respecto a ella. No sólo eso, sino que, de ser una persona dedicada a salvar las almas de la gente, pasa a dedicarse casi a destruirlas, en un principio negándose a sí mismo que eso es lo que está haciendo, pero al final sin importarle si esa es la consecuencia de sus acciones. El mismo que antes consagraba su vida a ayudar a los demás, a que fueran por el buen camino, poco a poco va cosificando a todos a su alrededor, primero no queriendo establecer lazos con nadie, después utilizando a quien le conviene durante el tiempo que le conviene (vemos cómo explica a Jamie que piensa librarse de su ayudante, que al parece le guarda una gran lealtad, cuando considera que ya no le es útil), y por último dañando a quien sea necesario para conseguir sus objetivos, que disfraza de avance para la humanidad a pesar de lo evidente que resulta que son una búsqueda egoísta de poder personal.

Y aunque no haya monstruo al final de Revival, sí que tenemos un final fantástico y bastante oscuro que no desvelaré para no acabar con ese deseo de llegar a la parte de la fantasía y el terror que inevitablemente uno espera cuando lee una novela de Stephen King.

Creo que por primera vez tengo ganas de leer su siguiente novela. El gusanillo ya me ha picado, ahora habrá que ver en qué acaba.

En las montañas de la locura

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H. P. LOVECRAFT, En las montañas de la locura

Ésta es la segunda novela de Lovecraft que leo (la primera fue Reanimator) y ya tengo ganas de más. Durante muchos años me habían llamado la atención sus mitos de monstruos y fantasía, pero nunca me había decidido a leerlo. Ahora que lo he hecho me alegro.

La historia es el diario de un científico en una expedición a la Antártida, donde descubren, tras unas misteriosas montañas, toda una ciudad abandonada de una antigua civilización que se estableció en la Tierra mucho antes de que el hombre apareciera sobre ella. Conforme se adentren en la ciudad irán descubriendo la historia de esta especie y su decadencia, y la posible causa de su desaparición.

El misterio impregna cada una de las páginas de la novela, hasta el punto de que no hay en ella mucho más. Todo se supedita a la consecución de una atmósfera que atrapa al lector y de la que siempre quiere saber más y más, pues nunca alcanza a comprenderla del todo. Lo que nos lleva a plantearnos qué es esta novela en realidad. Se trata de una descripción de 175 páginas, pues si lo pensamos con frialdad, nada más hay en ella: descripción de la misión, descripción de la Antártida, descripción de las montañas, descripción de la ciudad, descripción de los murales… Una descripción sigue a otra, dándonos cada una un poquito más de información que la anterior y creando la ilusión de que estamos leyendo una historia, cuando lo que en realidad es acción podría resumirse en un escaso párrafo. Pero nada tenemos que reprocharle, pues la atmósfera creada es tan convincente, y el interés que produce en el lector es tan hipnótico, que ni nos damos cuenta del truco que se está empleando con nosotros, y seguimos devorando página tras página hasta llegar a la última, en la que nos espera un final abrupto y precipitado, como no podía ser de otra manera.

Nunca me han gustado los finales demasiado rápidos, dan la sensación de que el autor tenía ganas de acabar de una vez, más porque no sabía qué más contar que porque realmente hubiera terminado de contarlo todo. Pero En las montañas de la locura necesitaba un final así, otra cosa no habría funcionado. Todo lo que se nos cuenta es un lento descubrimiento de la historia de una civilización más allá de donde la razón humana se siente cómoda. Por lo tanto, conforme más se avanza, más incómoda es la situación para la razón de los exploradores, hasta que alcanzan el final de la historia, el punto del que surge todo eso que ninguna mente cuerda puede aceptar, y deben huir para conservar su cordura, sin detenerse a observarlo ni a razonarlo, con lo que un “largo” epílogo no habría resultado.

El monstruo de Hawkline

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RICHARD BRAUTIGAN, El monstruo de Hawkline

Greer y Cameron son dos pistoleros contratados para eliminar a un monstruo que mató al doctor Hawkline y que asedia a sus dos hijas.

Esta es la premisa de una historia descerebrada y divertida que mezcla humor, sexo, una historia del oeste en su primera parte y una ambientación gótica en la segunda (muy adecuado ese subtítulo de Un western gótico), mientras es un relato cómico en todas sus partes.

La verdad es que, a pesar de lo mucho que me ha gustado la novela, poco puedo decir que ella que vaya más allá de la parodia de los géneros. Lo que comienza con una serie de escenas sin demasiado sentido para que conozcamos a los dos protagonistas, y continúa hilando una historia lineal repleta de sucesos absurdos que podríamos pensar que no deberían tener cabida en ella, poco a poco va dando lugar a un misterio que atrae al lector y lo anima a seguir leyendo para averiguar en qué acabará todo eso (sin renunciar jamás al absurdo y a los giros más descerebrados, por supuesto).

A lo que no da lugar en modo alguno es a los convencionalismos. Los pistoleros no son rudos, sino que meditan sus actos y se ponen en el lugar del otro; las “damas indefensas” no buscan cobijo en sus protectores para caer rendidas al final, sino que desde un principio buscan sexo y lo plantean de la manera más cruda (no me atrevería a llamar natural a la forma en que lo hacen) posible; el terrible monstruo, más que el típico peligro que todo monstruo supone, acaba pareciendo más un niño malcriado sediento de travesuras y no de sangre. Ni siquiera se nos permite tener un final feliz, pues si bien los dos pistoleros terminan el relato emparejados con las dos hermanas Hawkline tras haber rescatado a su padre, también tenemos un último capítulo a modo de epílogo que se encarga de aniquilar toda esa posible magia de estilo hollywoodiense. Podría decirse casi que la novela se dedica a transitar lo más típico de las novelas del oeste y de misterio para ir destruyendo ese camino mediante burlas y absurdos.

La serpiente de agua

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TONY SANDOVAL, La serpiente de agua

Me llamó la atención este cómic cuando vi su dibujo, esos personajes de grandes cabezas envueltos en un paisaje casi mágico. Además, recordé el único cómic que ya había leído de Tony Sandoval, El cadáver y el sofá, que me había dejado una grata impresión.

Y aunque la cosa empiece como algo que no parece tener demasiado interés, una historia casi demasiado infantil, poco a poco el lector se va viendo envuelto en una historia de fantasmas que terminará por convertirse en algo épico, muy lejos del punto en el que había comenzado. Tras un comienzo demasiado místico y que me atrevería a juzgar como incomprensible y prescindible, arranca la historia de dos niñas que se conocen y van a hacer correrías juntas. La cosa se complica cuando queda al descubierto que una de las niñas murió hace años y se cruza en sus juegos la historia de un misterioso reino submarino.

Poco más puedo contar sin llegar a contar demasiado. Sólo puedo assegurar que les encantará a los que gustan de historias fantásticas y quieran disfrutar de una historia que gradualmente se va volviendo mágica y épica, abandonándose al gusto de la aventura por la aventura y dejando de lado las disquisiciones filosóficas que parece que por fuerza deban acompañar a todas las historias de corte épico de estos tiempos. Y no sólo la historia es épica, sino que su extraño dibujo contribuye con fuerza a ello, hasta el punto de que creo estar enamorándome de las viñetas de Tony Sandoval como en su momento me enamoré de las de Jiro Taniguchi.

Si existe algo que pueda achacarse a esta historia, quizá sea un final que desluce de lo anteriormente vivido, que más que un broche final que lo redondee todo parece una salida fácil para poder colgar el cartel de «fin». Tras toda la magia de la historia que habíamos presenciado, tras toda esa épica, la cosa termina con un “vuelve a casa a ver qué pasa”: “Entra y vuelve con tu familia” son las palabras exactas, ante la dificultad de cerrar con un final feliz la historia de la niña muerta.

Eso sí, una lectura de lo más interesante y una muy posible relectura en un futuro.

Kwaidan

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LAFCADIO HEARN, Kwaidan. Cuentos fantásticos del Japón

Vi la película El más allá (Kwaidan) cuando tenía unos 16 años. Mis espectativas a esa edad no iban más lejos de lo que pudiera ofrecerme una interesante historia de fantasmas cualquiera (era aquella la época en la que estaba totalmente atrapado por lecturas como Otra vuelta de tuerca, El extraño caso del doctor Jeckyll y míster Hyde, Frankenstein, Drácula y otras historias por el estilo, de esas que tanto estimulan la imaginación adolescente). La grabé en vídeo, pues la echaban a altas horas de la noche, y al día siguiente la vi toda seguida (tres horas, duraba), incluido el otras veces soporífero debate sobre la película, que no llegó a entrar entero en la cinta. A partir de entonces me convertí en fan incondicional del cine japonés, esperando erróneamente encontrar en él más maravillas como ésta, pero la sensación de estar totalmente hipnotizado por lo que veía en la pantalla jamás ha vuelto a producirse con ninguna otra (aunque reconozco que Kagemusha o La isla desnuda le anduvieron cerca).

Han tenido que pasar casi veinte años para que tuviera entre mis manos los cuentos recogidos y adaptados por el medio griego, medio británico, Lafcadio Hearn, cuatro de los cuales son los que conformaban las cuatro historias de fantasmas independientes de aquella película. Y tras leerlos, no veo el momento de ver de nuevo la película, tras casi siete años sin haberla revisado ni siquiera parcialmente. Hay que reconocer que, a pesar de sus deficiencias como anotador, Hearn hizo un excelente trabajo de adaptación de toda esta mitología japonesa al gusto occidental. Cuando uno lee los cuentos (por lo demás cortísimos, ninguno alcanza las diez páginas, la mayoría de ellos se sitúan en las cuatro o cinco) se siente atrapado por esa neblina que supone la magia de un mundo remoto perteneciente a una cultura aún más remota. Los comentarios intercalados que hace durante la narración para explicar algo desconocido para el lector occidental, o para cubrir los huecos dejados por las fuentes de las que provienen los relatos, también ayudan a que uno pueda situarse sin problemas en ese mundo del que no tenemos ninguna referencia cultural. Mientras nos cuenta la historia nos va contando también por qué a determinados objetos se les confiere determinada importancia, qué són todos esos espíritus y seres mágicos de los que nosotros no tenemos noticia, cuáles son las correctas maneras de proceder y comportarse en la sociedad japonesa de la época para que entendamos por qué actúan como actúan algunos personajes… Todo eso va incluido en el relato de una manera natural y fluida que nos hace poder disfrutar de él sin molestias externas.

Las afortunadamente pocas anotaciones al texto que Hearn realiza no están tan bien traídas como sus comentarios. Suele tratarse de traducciones de términos que ya han sido explicados en el texto, por lo que resultan del todo innecesarias, explicaciones redundantes o añadidos que nada añaden, como que el nombre de alguien, a pesar de ser algo extraño, todavía se utiliza, cuando para sus lectores no hay diferencia ninguna entre un nombre normal y uno raro, o incluso uno inventado si me apuran. Uno empieza, por la curiosidad natural que provoca este tipo de historia exótica, leyendo todas esas anotaciónes, pero éstas terminan por convertirse en molestos números que van salpicando el texto sin que les hagamos mucho caso.

Mi cuento favorito ha sido, sin duda, el mismo que ya lo fue cuando vi la película, quizá por los recuerdos que provocaba en mí. En aquella ocasión la historia quedó en mi cabeza como la del músico ciego. Ahora he sabido que su título era La historia de Mimi-Nashi-Hôîchi. En ella, un músico ciego entra a vivir a un monasterio para cantar para los monjes. Pero una noche un samurai lo reclama para cantar en secreto para su señor, que está de paso, y ha oído lo buen intérprete que es. El músico obedece y se dirige junto al samurai hasta el palacio en el que interpretará, a lo largo de varias noches la historia y la batalla de los Heiké. Cuando, una noche, los monjes notan su ausencia, lo siguen y descubren que está tocando en un cementerio entre las tumbas de los Heiké y rodeado de sus espíritus. Para proteger al músico, le escriben una oración budista por todo el cuerpo y le dicen que cuando los espíritus lo llamen esa noche permanezca mudo y sin moverse. No contaré el final. Aunque quien haya visto la película ya lo conoce, pues ésta reproduce el cuento punto por punto.

Esto no sólo son historias: es magia.